SANTILLANA USA - Hay palabras que los peces no entienden

21 —¡Lo que quiero, mamá, es quedarme con el cacho­ rro!, ¿puedo? Pero ese “¿puedo?” no obtuvo ninguna respuesta. Francisca se cansó de mirar a los ojos de sus padres, al­ ternadamente, como si estuviera presenciando un silen­ cioso partido de tenis. Masticó un pan tostado con mermelada de mora y si­ lencio. Bebió un vaso con jugo de naranja y silencio. Tra­ gó un pedazo de queso y, por suerte, en ese momento el cachorro volvió a ladrar. A Francisca a veces le parecía que un ser enorme debía estar manipulando constantemente el control remoto de su casa, como si fuera el control remoto de un televisor; ese alguien a veces subía el volumen a niveles insoporta­ bles, haciendo que cualquier frase simplona se convirtie­ ra en un grito violento y, en otras ocasiones, como la del desayuno, ese alguien presionaba la tecla mute y todo se quedaba en silencio. Los movimientos continuaban, pero la vida se silenciaba angustiosamente y nadie entendía con claridad lo que estaba ocurriendo. Francisca se agachó para acariciar al cachorro y en ese instante se sintió fuerte. ¡Era su cumpleaños!, y eso, de una manera que no sabía explicar, le otorgaba cierta se­ guridad especial, como si la fecha la volviera inmune a la rabia de sus padres, como si su cumpleaños le otorgara un salvoconducto para que nadie pudiera castigarla ni res­ ponder con una negativa a sus peticiones.

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