El Cuento Latinoamericano

20 dani el alarcón dorado. Salió finalmente de aduanas.Wari se sentía mareado, repentinamente el ruido del ajetreo del aeropuerto le parecía hipnótico, y el sueño lo llamaba a su abrazo protector. Noventa días es un período de tiempo humano, pensó.Tiempo suficiente para tomar una decisión y encontrarle los puntos débiles. Para buscar un trabajo y prepararse para posibles eventualidades. Para empezar a imaginarse lo permanente que podían ser las despedi- das. No era como siWari no tuviera nada que perder.Tenía padres, un hermano, buenos amigos, una carrera que recién empezaba en Lima, una ex esposa. ¿Que ocurriría si él abandonaba todo aquello? Incluso un mes completo dedicado a meditar sobre el asunto —paseando por una nueva ciudad, descubriendo las pe- culiaridades de un idioma extranjero— podría ser un tiempo suficiente para decidirse. Pero, ¿dos semanas? Wari pensó que era una crueldad. Contó los días con los dedos: veinticuatro ho- ras después de que descolgaran sus cuadros, sería considerado un ilegal.Wari se había imaginado que la decisión correcta se le haría obvia, si no de inmediato, sí antes de que transcurrieran tres meses. Pero no había forma de que la claridad le llegara en apenas catorce días.Wari atravesó el aeropuerto de Miami como si le hubieran dado un puñetazo en la cara. Arrastraba los pies. Llegó a tomar su vuelo para NuevaYork justo cuando las puertas se cerraban, y lo detuvieron una vez más en la manga de abordaje, donde una mujer con guantes de látex examinó sus zapatos y no respondió a las desganadas sonrisas deWari. En el avión,Wari durmió con el rostro apoyado contra la ventana ovalada. De to- das maneras, no había nada que ver. Era un día nublado en el sur de la Florida, no se veía el horizonte, ni los cielos turquesa que anuncian las postales, nada, excepto la superficie gris de una de las alas del avión y la estela que dejaba, surgiendo de su extremo, como esquirlas de humo.

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