Entre Letras D Sample Unit

35 Muy preocupados, los tres hombres tomaron la decisión de turnarse para servir la comida de Juan: así comprobarían si el muchacho los reconocía a todos. Amaneció el segundo día. Juan Grillo, ajeno a la inquietud de los criados, seguía buscando una solución al enigma del robo. Cada vez apremiaba más encontrar la respuesta. El día pasó volando y de nuevo llegó la noche. El segundo criado fue a servir al muchacho. Juan miró indiferente la comida y exclamó: —¡Ya han pasado dos…! No había duda: el joven parecía saber toda la verdad. Intentando mantener la calma, los criados esperaron al tercer día. Al anochecer, el tercero de los ladrones llegó con la comida: —¡El final se acerca! ¡Ya han pasado los tres! —dijo Juan. Entonces, sin poder contenerse más, el criado se arrojó a los pies del muchacho: —Sí, ¡hemos sido nosotros! Te diré dónde están las joyas… Pero, por favor, no nos delates. ¡Ten compasión! —suplicaba. Y, como Juan tenía un corazón de oro, decidió que le devolvería las joyas al rey sin decir nada de los ladrones. A cambio, ellos se marcharían del palacio para siempre. Cuando el rey tuvo las joyas, mandó llevar a Juan a su presencia y le dijo: —Te concedo la mano de mi hija. La princesa miró al joven y Juan advirtió un brillo triste en los ojos de la muchacha. Entonces ocurrió algo insólito: ¡Juan Grillo renunció a casarse! Nadie podía creer aquella decisión. “Después de todo”, pensó, “no se puede mandar en el amor”. Aquel gesto de generosidad alegró sobremanera a la muchacha y dejó profundamente admirado al rey. Por ello, Juan fue nombrado consejero real. Y desde aquel día vivió en palacio y se convirtió en uno de los más fieles colaboradores del monarca. Anónimo

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