Entre Letras E Sample Unit

34 La novela […] Pensé que había superado el temor a lamuerte y que esto no sería nada, pero cuando el capitán se me acercó y dijo que estábamos perdidos, me sentí aterrorizado. Me levanté, salí de mi camarote y miré a mi alrededor; nunca había visto un espectáculo tan desolador. Las olas se elevaban como montañas y nos abatían cada tres o cuatro minutos. Dos barcos que estaban cer- ca del nuestro habían tenido que cortar sus mástiles a la altura del puente, para no hundirse por el peso, y nues- tros hombres gritaban que un barco, que estaba a una milla de nosotros, se había hundido. Otros dos barcos que se habían zafado de sus anclas eran peligrosamente arrastrados hacia el mar sin siquiera un mástil. Los barcos livianos resistían mejor porque no su- frían tanto los embates del mar, pero dos o tres de ellos se fueron a la deriva y pasaron cerca de nosotros. Hacia la tarde, el piloto y el contramaestre le pidie- ron al capitán de nuestro barco que les permitiera cortar el palo del trinquete, a lo que el capitán se negó. Mas, cuando el contramaestre protestó diciendo que si no lo hacían el barco se hundiría, accedió. No había transcurrido mucho más de un cuarto de hora desde que abandonáramos nuestro barco, cuan- do lo vimos hundirse. Entonces comprendí, por primera vez, lo que significa “irse a pique”. Debo reconocer que no pude levantar la vista cuan- do los marineros me dijeron que se estaba hundiendo. Desde el momento en que me subieron en el bote, porque no puedo decir que yo lo hiciera, sentía que mi corazón estaba como muerto dentro de mí, en parte por el miedo y en parte por el horror de lo que, según pensaba, aún me aguardaba. Si hubiese tenido la sensatez de regresar y volver a casa, habría sido feliz y mi padre habría matado su terne- ro más robusto en mi honor, pues pasó mucho tiempo desde que se enteró de que el barco en el que me había escapado se había hundido hasta que supo que no me había ahogado. Sin embargo, mi cruel destino me empujaba con una obstinación que no cedía ante nada. Aunque muchas veces sentí los llamados de la ra- zón y el buen juicio para que regresara a casa, no tuve la fuerza de voluntad para hacerlo. El capitán de nuestro barco, ahora hundido, me preguntó cómo estaba, le dije quién era yo y le expli- qué que había hecho este viaje a modo de prueba para luego embarcarme en un viaje más largo. Entonces, se volvió hacia mí con un gesto de preocupación: —Muchacho —me dijo—, no debes volver a em- barcarte nunca más. Debes tomar esto como una señal Robinson Crusoe Texto 2

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