SANTILLANA USA - Galeria Sample Unit_SB

M2 36 Nuestra herencia cultural Dos horas más tarde, a eso de las ocho, esperaba el camión de la escuela. Por fin llegó. Subí y me senté en un asiento desocupado. Todos los niños se entretenían hablando o gritando. Estaba nerviosísimo cuando el camión se paró delante de la escuela. Miré por la ventana y vi una muchedumbre de niños. Algunos llevaban libros, otros juguetes. Me bajé del camión, metí las manos en los bolsillos, y fui a la oficina del director. Cuando entré oí la voz de una mujer diciéndome: — May I help you? Me sobresalté. Nadie me había hablado en inglés desde hacía meses. Por varios segundos me quedé sin poder contestar. Al fin, después de mucho esfuerzo, conseguí decirle en inglés que me quería matricular en el sexto grado. La señora entonces me hizo una serie de preguntas que me parecieron impertinentes. Luego me llevó a la sala de clase. El señor Lema, el maestro de sexto grado, me saludó cordialmente, me asignó un pupitre, y me presentó a la clase. Estaba tan nervioso y asustado en ese momento cuando todos me miraban que deseé estar con Papá y Roberto pizcando algodón. Después de pasar lista, el señor Lema le dio a la clase la asignatura de la primera hora. —Lo primero que haremos esta mañana es terminar de leer el cuento que comenzamos ayer —dijo con entusiasmo. Se acercó a mí, me dio su libro y me pidió que leyera. —Estamos en la página 125 —me dijo. Cuando lo oí, sentí que toda la sangre me subía a la cabeza, me sentí mareado. —¿Quisieras leer? —me preguntó en un tono indeciso. Abrí el libro a la página 125. Sentía la boca seca. Los ojos se me comenzaron a aguar. El señor Lema entonces le pidió a otro niño que leyera. Durante el resto de la hora me empecé a enojar más y más conmigo mismo. “Debí haber leído”, pensaba yo. Casas de los trabajadores Libros de la época del relato

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