Don Quijote de la Mancha I
12 Don Quijote de la Mancha I Y luego, gritaba como un verdadero enamorado: –¡Oh princesa Dulcinea, señora de este triste corazón! ¡Mucho daño me habéis hecho! No he podido veros ni despedirme de vos. ¡Acordaos de mí, que tanto sufro 33 ! Anduvo casi todo el día, pero no encontró ninguna aventura en el camino. Al anochecer, Rocinante y él se encontraban cansados y muertos de hambre. No sabían adónde ir. Nuestro hidalgo miraba a todas partes. Buscaba algún lugar para descansar. Entonces, don Quijote vio, no lejos de allí, una venta 34 que a él le parecía castillo y se dio prisa para llegar cuanto antes. En la puerta de la venta, había, por casualidad, dos mozas de mala vida 35 que a don Quijote le parecieron dos graciosas damas. Cuando esas mujeres vieron llegar a don Quijote con aquellas viejas armas, se asustaron mucho. Las dos ya estaban entrando en la venta para esconderse, cuando don Quijote les dijo: –No tengáis miedo, elegantes doncellas 36 . Yo soy caballero an- dante y no os puedo hacer ningún mal. Las dos mujeres empezaron a reírse cuando oyeron que aquel hombre las llamaba doncellas. Esto enfadó mucho a don Quijote y dijo: –Señoras, debéis saber que reírse sin motivo es cosa de tontos. Estas palabras y el aspecto de nuestro caballero hacían reír más a tan alegres mozas y su risa enfadaba cada vez más al hidalgo. Por suerte, salió el ventero 37 , que era un hombre tan gordo como tran- quilo. Al principio, también él tuvo ganas de reírse de don Quijote. Sin embargo, se dio cuenta de las armas que traía y decidió hablarle con cuidado: –Si vuestra merced, señor caballero, busca lugar para pasar la no- che, aquí tenéis todo, menos camas. Para don Quijote aquel ventero era el dueño del castillo y le pa- recían bien todas sus palabras. Mientras el ventero llevaba a Roci- nante hasta la cuadra 38 , las dos doncellas intentaban quitarle la
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