Don Quijote de la Mancha II
14 Don Quijote de la Mancha II –Ahí está la verdad de la historia –dijo Sancho–. Seguro que en- tre los golpes de mi señor se encuentran también los míos. Pues los cardenales 43 que tengo todavía en las costillas no me dejan olvidar- me de ellos. –Callad, Sancho –dijo don Quijote–, y dejad hablar al señor ba- chiller. A él le pido por favor que siga adelante y me diga lo que se dice de mí en esa historia. –Y de mí –dijo Sancho–, porque también dicen que yo soy uno de los principales presonajes de ella. –Personajes, no presonajes , Sancho amigo –dijo Sansón–. Vos sois la segunda persona de la historia y hay quien prefiere oíros ha- blar a vos. Aunque algunos dicen que no debisteis creer que podía ser verdad el gobierno de aquella ínsula que os ofrecía el señor don Quijote, que está aquí presente. –Todavía estamos a tiempo –dijo don Quijote–. Además, con la experiencia que dan los años, Sancho estará mejor preparado que ahora para ser gobernador. –Por Dios, señor –dijo Sancho–, si no puedo gobernar la ínsula con los años que tengo, tampoco podré gobernarla cuando tenga los años de Matusalén 44 . La cosa es que la famosa ínsula nunca llega. –Pedídselo a Dios, Sancho –dijo don Quijote–. No se mueve la hoja en el árbol si Dios no quiere. –Eso es verdad –dijo Sansón–, porque si Dios quiere, no le falta- rán a Sancho una o mil islas que gobernar. –He visto gobernadores por ahí –dijo Sancho– que, en mi opi- nión, no me llegan a la suela del zapato 45 . –En fin –continuó Sansón–, es una historia muy clara y todo se comprende en ella. Los niños la tocan, los mozos 46 la leen, los hom- bres la entienden y los viejos se divierten con ella. Y finalmente, todo tipo de gente la ha leído y la conoce. Y en cuanto alguien ve algún rocín 47 flaco 48 , le dice: «Allí va Rocinante».
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