EL ORO DE LOS SUENOS

11 II D URANTE toda aquella tarde, sin embargo, no pensé mucho en el asunto. Al marcharse mi padrino y el fraile, fui al río con mis amigos. No les dije nada de mi próxima aventura y, entre el baño y los juegos, creo que hasta yo mismo me olvidé de ella. Aquella noche todavía pude dormir sin miedo y sin preocu­ paciones, como lo había hecho durante toda mi vida. Pero a la mañana siguiente, en la escuela, fray Bernardino me miró en si­ lencio durante unos minutos. Recordé entonces la conversación de la tarde anterior y, de pronto, me di cuenta de lo que signifi­ caba. –He sabido que te vas a descubrir nuevas tierras –dijo por fin–. ¿Es eso verdad? –Sí –respondí–. Ayer mi padrino le pidió permiso a mi madre para que me deje acompañarlo. –Tanto tu padrino como ese fraile han perdido la razón –excla­ mó 10 , cerrando su libro con fuerza–. Ya no es tiempo de aventuras ni de descubrimientos. Estaba muy serio. –Ya basta de luchas y basta de soldados. Paz 11 y trabajo es lo que necesitan ahora aquellas tierras. Calló un momento. Luego, con voz triste, siguió.

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