EL ORO DE LOS SUENOS

12 El oro de los sueños –Es esa enfermedad del oro. Sí, por culpa del oro pierden los hombres la razón. Me miró otra vez. –¿Cuándo te vas? –preguntó. –El domingo –dije. –Rezaré 12 por ti y le pediré a Dios que te ayude en todo momen­ to –dijo–. Ahora préstame atención: Alexander, rex Macedonum, be­ llum intulit Dario, regi Persarum... Aquella noche tardé mucho tiempo en quedarme dormido. No me asustaba la posibilidad de vivir aventuras como las que siempre había leído en los libros, como las que había soñado. Pero sí sentía miedo de no volver: todavía no me había ido y ya echaba de menos a mi familia, mis amigos y, también, el aburrido latín de fray Bernardino. Mi hermano, que tampoco dormía, me hablaba desde su ca­ ma. Él es el más pequeño de mis tres hermanos. Entonces tenía once años. La noticia de mi próxima aventura lo había llenado de emoción. –¿Tendrás un caballo? –me preguntaba. –Sí, seguramente –decía yo. –¿Y aprenderás a usar armas? –No lo sé. Supongo que sí. –¿Y matarás a muchos hombres? Entonces no supe qué decir. –Basta de preguntas –exclamé–, calla y déjame dormir. Él se durmió rápidamente pero yo seguí escuchando los ruidos de la noche durante largo tiempo aún. Al día siguiente fui por última vez a la escuela. Al acabar sus ex­ plicaciones, fray Bernardino me acompañó hasta la puerta y se des­ pidió de mí con un cariñoso abrazo. Después volvió rápidamente a los oscuros pasillos.

RkJQdWJsaXNoZXIy MjAwMTk0