EL ORO DE LOS SUENOS

José María Merino 13 Mi equipaje no tenía que ser grande, pero tanto mi madre como la vieja Micaela estuvieron preparándolo todo el día. Mientras las estaba viendo, otra vez soñaba ser don Amadís 13 , que preparaba sus armas antes de alguna aventura contra peligrosos enemigos. El sábado estuve bastante triste. Anduve por todo el pueblo mi­ rando sus viejas casas y sus calles, fijándome en pequeños detalles. Me parecía que lo veía todo por primera vez. El pueblo era ya como un recuerdo de mi vida pasada. Ese mismo día me despedí del abuelo. No habló demasiado. Pensé que la idea de aquella empresa no le gustaba mucho pues ape­ nas dijo algunas palabras. Al llegar la hora de acostarse, me quedé dormido muy pronto. Mi hermano Marcos también dormía profundamente. De repente, alguien me despertó. –Tranquilo –dijo en voz baja–. No tengas miedo. Soy Francis­ quillo; me envía tu abuelo. –¿Qué ocurre? –pregunté. –Silencio –contestó en la vieja lengua india–. Sígueme. Tu abue­ lo quiere verte; tiene algo que decirte.

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