EL ORO DE LOS SUENOS

7 I A menudo, mientras mi maestro explica, pierdo la atención; em­ piezo entonces a imaginar grandes aventuras que me llevan muy le­ jos de aquí y me olvido del latín. Otras veces, me quedo mirando al vacío, pensando en muchas cosas y en nada al mismo tiempo. Dice mi madre que esto me viene de ella, pues 1 es algo frecuente entre los indios. Así pasaba yo el tiempo aquella tarde de calor en que no tenía nada que hacer. Aventuras maravillosas llenaban mi cabeza cuan­ do, de repente, un ruido de caballos me sorprendió. Desperté de mis sueños y me acerqué al camino. Allí pude reconocer el ca­ ballo blanco de mi padrino 2 . No iba solo: cerca de él, encima de un caballo más oscuro, venía otra persona que, de momento, no reconocí. Llegaron entre una nube de polvo, asustando a todos los anima­ les del lugar. Mi padrino me pidió que llevase su caballo a la som­ bra. Aunque es hombre agradable, en aquella ocasión me pareció más serio que de costumbre. El hombre que lo acompañaba era el fraile 3 Bavón. Éste había luchado en las guerras 4 de la conquista 5 de la Nueva España, pero después, cansado de esa vida, había decidido hacerse fraile. Me acerqué a él para saludarlo.

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