EL ORO DE LOS SUENOS

José María Merino 9 –¡Pero es sólo un niño! –decía mi madre. –Mi buena Teresa –contestó el padre Bavón–, Miguel no es tan joven como crees; además ha llegado el momento de que el chico empiece a ser un hombre. Mientras escuchaba aquellas palabras me daba cuenta de que mi madre seguía pensando en mí como en un niño pequeño; en reali­ dad, yo ya tenía quince años. –Teresa –dijo mi padrino hablando lentamente–, el padre Bavón no se equivoca. Miguel tiene la edad perfecta; él debe terminar la empresa que su padre empezó. Se quedaron en silencio durante unos minutos. Estaban bebien­ do tal vez. Poco después oí suspirar a mi madre. Luego habló con voz dulce pero segura. –Así perdí a mi marido –contestó mi madre–; no quiero perder también a mi hijo. –Teresa –dijo mi padrino–, nunca dejaré de sufrir por aquella desgracia, Tomás siempre fue para mí igual que un hermano. Y siento tanto cariño por Miguel como lo sentí por su padre. Por ese motivo no debes temer nada. Miguel es como un hijo para mí y haré todo lo posible para que nada malo le ocurra. Entonces habló el fraile y sus palabras me parecieron un poco duras. –Teresa –dijo–, el chico tiene que defender el buen nombre de su padre y de su familia. Esto supondrá muchos riesgos y peligros pero debe hacerlo. Además, con la ayuda de Dios, Miguel se hará muy rico en esta empresa. Antes de responder, mi madre volvió a suspirar. –De acuerdo –dijo al fin–. Voy a llamarlo. –¡Miguel! Esperé unos cuantos minutos. Luego me acerqué a la entrada de la casa.

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