SANTILLANA USA - La ciudad de los dioses

3 de septiembre de 1518 Esta noche Cortés parece alegre y de buen humor. Después de ce- nar salimos los dos a la terraza. Hace calor, como todas las noches en el Caribe. Mi señor se ha sentado en una gran silla y yo estoy de pie, a su lado. Me gusta escuchar el silencio del jardín por la noche. –¿Por qué no estás casado, Francisco? –pregunta Cortés de repente. –Todavía no he encontrado a nadie, señor –le contesto, un poco tímido. –Ah, no te creo –y empieza a reír–. ¿No conoces a ninguna mujer bonita? –Quizás no. –Eres un hombre raro, Francisco. No digo nada. La noche es demasiado bonita para hablar de co- sas tristes. –No tienes mujer ni amigos –sigue Cortés–. No tienes campos, ni una casa, ni tampoco mucho dinero. Dime entonces, ¿para qué has venido a América? ¿Y por qué te quedas aquí? –Yo busco las mismas cosas que tú, señor. Las mismas cosas que todos buscan. –¿Y eso qué es, Francisco? –Algo nuevo. Algo diferente al mundo que conocemos. Una vida nueva, quizás. –Sí, estoy de acuerdo –dice Cortés en voz 10 baja. Luego se levanta y entra en la casa. Yo me quedo en la terraza. Una hora más tarde, oigo otra vez a Cortés cerca de la puerta. –Esta mañana he hablado con el gobernador Velázquez –dice muy despacio–. He visto el oro que consiguió Juan de Grijalva. Está organizando otra expedición hacia las nuevas tierras y yo voy a ser su jefe. Eres el primero que lo sabe. Los dos callamos un momento. 8 La ciudad de los dioses

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