SANTILLANA USA - Marianela

–¡Pobrecita! Trabajas en las minas... –No, señor. Yo no sirvo para nada. Teodoro se acercó para mirarla de cerca. Era muy delgada, dema­ siado delgada quizá. Tenía el cuerpo pequeño y débil de una niña de doce años, pero su mirada 7 era grave. En sus grandes ojos negros había siempre una luz triste que le hacía parecer mucho mayor. Tenía la cara delgada, una nariz graciosa y un pelo rubio oscuro casi sin color por culpa del sol y del polvo. Sus labios eran pequeños, tan pequeños que casi no se veían, y siempre estaban sonriendo. Pero su sonrisa se parecía a la de los muertos que han dejado de vivir pensando en el cielo. Golfín le tocó la cara con la mano. –¿Cuántos años tienes? –preguntó. –Tengo dieciséis años. –¡Dieciséis años! Tu cuerpo parece de doce. ¿De quién eres hija? –Mi madre era vendedora en el mercado. Era soltera. –¿Y sabes quién fue tu padre? –Sí, señor. Mi padre trabajaba en el Ayuntamiento de Villamoja­ da. Se ocupaba de encender y apagar los faroles 8 de las calles. Cuan­ do se puso enfermo, mi madre no quiso cuidarlo, porque era muy malo. Dicen que mi padre se fue al hospital y que allí murió. En­ tonces mi madre se vino a trabajar a la mina. Pero un día el jefe la despidió porque bebía mucho... –Y tu madre se fue... –Sí, señor. Se fue a un barranco muy profundo que hay allí arriba y se tiró. –¿Y ahora qué haces? –Acompaño a Pablo. –¿Y quién es Pablo? –Ese señorito ciego a quien usted encontró en la Terrible. Yo lo acompaño desde hace año y medio. Lo llevo a todas partes. –Pablo parece buen muchacho. 10 Marianela

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