SANTILLANA USA - Marianela

La Nela cogió de la mano al ciego para cruzar un pequeño río. –Si no te parece mal, podemos sentarnos aquí. –Sí, muy bien... –dijo Marianela–. Choto, ven aquí. Los dos amigos se sentaron a descansar. –¡Este campo está lleno de flores!... –dijo la Nela. –Cógeme algunas. Me gusta tenerlas en mi mano. Tú siempre dices que son muy bonitas. –Aquí tienes una flor, otra, otra, seis: todas son distintas. Pablo y Nela siguieron hasta la entrada del bosque. –¿Qué haces, Nela? –preguntó el muchacho–. ¿Qué haces? ¿Dónde estás? –Aquí –contestó ella, tocándole la espalda–. Estaba mirando el mar. –¡Ah!, ¿está muy lejos? –Está allí, al lado de las montañas de Ficóbriga –dijo la chica con voz alegre. –El mar es grande, grandísimo, tan grande que podemos estar mirándolo todo el día y no verlo entero, ¿no es verdad, Nela? –Sólo podemos ver un trozo muy pequeño. –Ahora, mientras hablamos del mar, me viene a la memoria un libro que mi padre me leyó anoche. Era un libro sobre la belleza 10 . Decía que hay una belleza que no podemos ver ni tocar. –Como la Virgen María 11 –dijo la Nela–, a quien no vemos ni tocamos. La idea que tenemos de ella no es ella misma. –Así es. Pensando en esto, mi padre cerró el libro. Yo le dije: «Creo que hay una belleza que tiene dentro todas las bellezas posi­ bles. Esta belleza es la Nela.» Mi padre se rió y me dijo que sí. La Nela se puso roja, y no supo contestar a su amigo. –Sí, tú eres la belleza perfecta que hay en mi imaginación. Nela, tú eres buena, dulce... Gracias a ti mis días no son tan tristes. Por todo esto, sólo tú puedes ser la belleza misma. Nela, Nela, dime una cosa: ¿no es verdad que eres bonita? Benito Pérez Galdós 15

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