SANTILLANA USA - Marianela

La Nela se quedó callada. –¿No me contestas? –Yo... –dijo la Nela en voz baja–, no sé... La gente dice que cuan­ do era niña era muy guapa... Ahora... –Y ahora también. –Ahora, no sé... –¿Qué estás haciendo ahora, Nela? –Me miro en el agua, que es como un espejo. –Tú no necesitas mirarte. Eres muy bonita. –¿Bonita yo? Esa cara que veo en el agua es tan fea como dicen. ¿Seguro que ese libro dice que soy guapa? –Lo digo yo, que sé toda la verdad. –Entonces, ¿por qué se ríen todos de mí? –Los ojos de las personas pueden equivocarse en muchas ocasio­ nes. La gente no ve siempre la verdad, porque la verdad dice que tú eres guapa. Nela, Nela, ven aquí, quiero tenerte a mi lado y acari­ ciar 12 tu preciosa cabeza. ¡Te quiero muchísimo! De repente, Marianela dejó a Pablo y se fue corriendo. Algo ex­ traño la llevó a mirarse otra vez en el espejo del agua. Pero, cuando se vio, empezó a gritar: –¡Madre de Dios, qué feísima soy! –¿Qué dices, Nela? Me pareció que hablabas. –No decía nada. Estaba pensando... Sí, pensaba que ya es hora de volver a casa. Pronto será hora de comer. Cuando llegaron a la casa, don Francisco Penáguilas estaba en el pa­ tio acompañado por dos hombres. Uno de ellos era don Carlos Golfín. El otro era el señor que la noche anterior andaba perdido en la Terrible. –Aquí están –dijo don Carlos. Los tres hombres miraban al ciego, que se acercaba. –Hace rato que te estamos esperando, hijo mío –dijo don Fran­ cisco, tomando a Pablo de la mano. 16 Marianela

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