El mito del fuego
Cuentan los abuelos que cuando el pueblo huichol
caminaba por la Tierra buscando dónde vivir, llega-
ron a una cueva muy cómoda. Claro que por cómo-
da se entendía que no había víboras ni alimañas,
y que el suelo era arenoso y no repleto de piedras.
Pero la cueva era fría, muy fría. Y los pobres hui-
choles todavía no habían descubierto el fuego. Es
decir, lo conocían sin saber cómo dominarlo. De
manera que se pasaban las noches en vela y desean-
do ardientemente… no, mejor dicho, muertos de
frío, que amaneciera para que el sol los calentara
con sus rayos. Para completar su desgracia, tenían
malos vecinos que los odiaban y trataban de hacer
su vida imposible con el afán de que se fueran a
otro barrio, es decir, a otra cueva. Por desgracia, las
cuevas no abundaban y los huicholes se quedaron a
pesar de todo.
Si los vecinos traían buena caza, les hacían ges-
tos a los huicholes con el dedo pulgar puesto en la
1 2,3,4,5