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VIII
N
unca
había ido en un coche de la policía. ¡Qué emoción! –di
ce Candelaria.
–Yo tampoco –dice Teodoro–. La verdad es que en el día de hoy
me han ocurrido más cosas que en toda mi vida.
–Eso es porque estás en las Canarias, las islas encantadas. Aquí
estuvo la Atlántida, ¿sabes?
–¿La Atlántida?
–Sí, una tierra que se perdió en el mar y nunca se ha vuelto a
encontrar.
–Como la isla de San Borondón.
–Más o menos.
–Tienes que contarme otras leyendas de las islas.
–Sí. Te lo prometo. Esta noche. O esta madrugada.
–Mejor. Las leyendas se cuentan cuando sale el sol.
El coche de la policía ha conseguido llegar hasta la autopista que
lleva al aeropuerto. Una vez allí, ya puede correr hacia el lugar del
accidente.
Al llegar a un puente, el coche se para de pronto.
–Ahí está la grúa. Y allí el camión que nos está dando tantos do
lores de cabeza.
–Vamos a ver. ¿Pueden prestarme unos guantes?