El señor de Alfoz

–Usted es el señor de Alfoz, ¿verdad? –dice ella amablemente mientras se levanta y va hacia don Alfonso–. Me ha parecido una buena idea venir a hablar un rato con Martina. Es usted un hombre con suerte. Martina parece quererlo a usted mucho y, además, es una mujer muy simpática. El señor de Alfoz no ha visto nunca a una señora hablar bien de las criadas. Su madre y su mujer no lo hacían nunca. Tampoco sus amigas. Pero la señora de Penalles hace bien. Martina es una gran mujer; entonces, ¿por qué no decirlo? –Tengo mucho gusto en recibirla en mi casa, señora... –Isabel; llámeme Isabel. Así de sencillo. Claro, ella es una mujer de hoy. Lo ve en su ropa, en esos pantalones que llevan ahora los jóvenes; en cómo habla, sin miedo a la gente. Don Alfonso toma la mano que le presenta Isabel. Ella no dice nada cuando siente el beso en la mano. Por unos mo­ mentos, los dos se miran a los ojos. –De acuerdo, Isabel. Pero solo si usted me llama a mí Alfonso. Más tarde, después de visitar toda la casa, el señor de Alfoz con­ duce a Isabel otra vez hasta la biblioteca. –Estoy encantada de estar aquí –dice ella mientras se sienta–. Este pueblo me parece estupendo y esta es la casa que estaba bus­ cando. Sé que usted vive aquí. Pero si hace el favor de alquilarme 17 unas habitaciones de la planta baja durante unos dos meses... Casi no se va a dar cuenta de que estamos trabajando. Don Alfonso escucha a Isabel sin poder creer sus palabras. –Además –dice esta–, piense que hacer una película en Alfoz puede ser muy interesante para el pueblo... Hablo de trabajo para todos. Aquí no hay hoteles y hay muy pocos restaurantes. La gente puede alquilar parte de sus casas, preparar comidas... y también tra­ bajar en la película. Hablo de dinero, de hacer famoso este pueblo, de despertarlo... 10 El señor de Alfoz

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