El señor de Alfoz

I E n el pueblo, todo el mundo piensa que don Alfonso está muy raro estos últimos tiempos. La gente no entiende por qué don Al­ fonso Hernández de Alfoz, conde 1 de Monteflorido, de Molinares y de Altaspiedras, pasa semanas y semanas sin salir a la calle. Ni por qué, en una de las ventanas de su casa, hay luz durante toda la noche. No va a jugar a las cartas 2 al bar de la plaza, ni a pasear a ca­ ballo 3 , como antes. Ahora no va a cazar 4 y tampoco va los domingos a la iglesia. «El señorito 5 ha cambiado mucho –piensa a veces Martina, un poco triste–. Desde el accidente de su mujer, no es el mismo, mi señorito...» De todas las criadas 6 que había en la casa de la familia Hernán­ dez de Alfoz, ya solo queda Martina. Era casi una niña cuando em­ pezó a trabajar allí. ¡Cuánto tiempo ha pasado desde entonces! En algunas ocasiones, cuando cruza el oscuro salón, se acuerda de las señoras de otros tiempos y de sus bonitos vestidos... Los pre­ ciosos muebles... La mesa grande, siempre con rosas en el centro... La dulce voz 7 de doña Sonsoles, la madre del señorito, mientras or­ ganizaba el trabajo de las criadas... Pero aquellos días han pasado. Solo don Hernando de Alfoz sigue igual en su cuadro; don Hernan­ do, el primer conde de Alfoz, que parece verlo todo desde la pared. 3

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