El señor de Alfoz

Martina mira a su alrededor y ve las paredes que se caen a trozos; los suelos de las habitaciones, todos rotos; la casa, que está demasia­ do vieja, parece siempre sucia. Ella no dice nada al señorito, el pobre tiene ya demasiados pro­ blemas. Ella no dice nada, pero sabe mucho. Por ejemplo... Cuando el señorito viaja a Madrid, lleva bien guardados en la maleta una joya o un cuadro para venderlos allí. Bueno, no está segura de si el señorito los vende o no. Pero sabe que no vuelven nunca a Alfoz. Y así, la casa se está quedando vacía. Claro que Martina no le cuenta a nadie estas cosas. Y tampoco que su señorito pasa todas las noches en la biblioteca 8 sin dormir, entre los libros y los papeles de sus abuelos. ¡Cuántas veces lo ha encontrado allí por la mañana, muerto de frío 9 ! Lee y lee y... ¡Claro! No se acuerda de acostarse. Pero en el pueblo todo el mundo habla del señor de Alfoz: para los mayores, don Alfonso está pasando un mal momento; los jóve­ nes creen, sencillamente, que, como todos los señoritos del mundo, es un hombre del pasado. La gente joven tiene ideas diferentes. La televisión les ha dicho que en la ciudad pueden vivir más libres que en el pueblo. Que en nuestros días no hay por qué trabajar para los ricos del pueblo. Piensan que en Madrid, en Barcelona o en Bilbao pueden tener una profesión y ganar mucho dinero, comprarse un piso y, quizás, también un coche. Son muchos ya los jóvenes que se han ido. Solo vuelven durante unos días para pasar las fiestas. Vuelven con buena ropa, con los bolsillos llenos de billetes. Cuentan cosas maravillosas de la ciudad y, cuando se van, siempre se llevan a algún amigo. Por eso en el pueblo no queda gente para trabajar el campo, y las tierras se están quedando tan solas como don Alfonso Hernández de Alfoz. 4 El señor de Alfoz

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