STUDENT BOOK ADDITIONAL RESOURCES LEVEL 10
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©
Santillana
ás lecturas
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© Santillana
[...] Se decía que al otro lado de los mares habita-
ba una reina hermosísima. Su nombre era Brunilda, y
no había en el mundo entero mujer que la aventajara.
Era tan fuerte como hermosa, y sometía a los caba-
lleros que pretendían su mano a tres pruebas [...]. Si el
caballero fracasaba, le cortaban la cabeza, y eran ya
muchos los nobles guerreros que habían encontrado
de este modo la muerte en Islandia.
Dijo entonces el rey Gunter, señor del Rhin:
—[...] Pase lo que pase, estoy dispuesto a conquis-
tar el amor de Brunilda [...]. ¿Queréis ayudarme, noble
Sigfrido, a conquistar a tan poderosa doncella? [...]
—Si me dais por esposa a vuestra hermana, la
gentil Krimilda, yo estaré dispuesto a acompañaros
en el viaje y ayudaros en todo.
—Os lo prometo, Sigfrido. [...]
Las puertas de la fortaleza estaban abiertas de par
en par. Corrieron, entonces, a su encuentro los hom-
bres de Brunilda [...].
[...] Salió Brunilda al encuentro de los forasteros.
Entonces, vio a Sigfrido.
—Sed bienvenido, señor Sigfrido, a este país.
¿Cuál es el objeto de vuestro viaje? [...]
—Me dispensáis un gran honor, señora Brunilda,
al saludarme en primer lugar, pero es un honor que
no me corresponde a mí, sino a mi señor. Se llama
Gunter, procede del Rhin y es un noble soberano. Por
el amor que hacia vos siente ha venido hasta aquí,
desde la corte de Worms. [...]
—[...] Si él se atreve a aceptar mi desafío y sale
vencedor de las pruebas, yo seré su esposa. Pero, si
él fracasa, moriréis los cuatro. [...] Son tres pruebas.
Primero tendrá que competir conmigo lanzando la
jabalina, después tendrá que arrojar tan lejos como
pueda un gran peñasco y, por último, deberá saltar
detrás de él.
Habló ahora el rey Gunter:
—Acepto las tres pruebas y, aunque fueran mu-
cho más terribles, las aceptaría también [...]
La reina mandó, entonces, que lo prepararan todo
para la competición.
[...]
El gallardo Sigfrido, entretanto, y sin que nadie
se diera cuenta, había ido a la nave, para buscar el
manto mágico que allí tenía escondido [...]. Cuando
alguien se ponía el manto, adquiría la fuerza de doce
hombres y podía realizar cualquier hazaña. Además,
el manto hacía invisible a quien lo llevaba. Se lo puso
ahora Sigfrido y regresó, invisible, al lugar de la com-
petición.
También Brunilda llegó ahora allí, armada como
si tuviera que luchar para conquistar todos los reinos
de la tierra. [...] Le trajeron ahora a la reina una afila-
da jabalina. Era recia y enorme, ancha y grande, y sus
dos filos eran tremendamente cortantes.
[...] El propio rey Gunter comenzó a lamentar el
haber venido a este país. ¿Cómo iba a poder luchar
contra una mujer tan terrible? [...]
Trajeron ahora a la liza un enorme peñasco. Doce
héroes jóvenes y animosos no podían apenas soste-
nerlo. [...]
Brunilda se arremangó la túnica de seda, mos-
trando sus blancos brazos, embrazó el escudo y em-
puñó la lanza. La lucha iba a comenzar.
Entonces, Sigfrido, que llevaba puesto el manto
que le hacía invisible, se acercó al rey Gunter en se-
creto y le tocó la mano. [...]
—Soy Sigfrido, tu amigo —le dijo el héroe—. No
le tengas miedo a la reina. Entrégame el escudo y deja
que sea yo quien lo lleve. Tú fingirás hacer los movi-
mientos, pero los hechos correrán de mi cuenta.
Con brazo vigoroso, arrojó su jabalina la magní-
fica doncella contra el escudo que sostenían Gunter
y Sigfrido. El potente hierro atravesó el escudo de
parte a parte, y el golpe hizo tambalearse a los dos
caballeros.
Al valeroso Sigfrido le saltó sangre de la boca.
Pero se recuperó en unos segundos y cogió la jabalina
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