

Cada uno contó lo que quiso.
La liebre inventó cómo había engañado
al armadillo. El conejo se acordó de cómo
un día había ensillado al jaguar. La zorra
celebró al recordar que una vez se había
disfrazado de insecto. El mono se ufanó de
un montón de mentiras.
Pero la tortuga no decía nada. Cuando
Curumín le preguntó, la tortuga dijo:
—No, yo no sé nada de eso… Soy una
tonta. Cualquiera puede engañarme.
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