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—Te juro, Sancho, por mi amor a mi señora
Dulcinea del Toboso, que esto es una nueva treta del
mago Frestón, mi enemigo, para hacerme quedar
mal —se quejó don Quijote mientras desmontaba.
Sancho Panza, que se hallaba buscando en el
morral algunos mendrugos de pan y una cebolla
para desayunar, volteó a verlo con preocupación.
Durante la noche habían vivido una de las pocas
aventuras en las que salieron con suerte y, por lo
tanto, no entendía la actitud de su amo.
—¡Pero si logramos vencer en la Sierra Morena a
aquellos grandes ejércitos que su señoría descubrió
que no eran ovejas, a pesar de que lo parecían y
mucho, sino soldados que venían a atacarnos! —
repuso Sancho ofreciéndole la mitad de la cebolla
a don Quijote.
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