El viernes se repartieron los volantes en las calles,
escuelas, tiendas, barberías, salones de belleza y
también en las fábricas. Ya en la tarde, casi todas las
personas de color de Montgomery lo habían reci-
bido. Edgar Nixon ayudó contactando a los cléri-
gos de color de la ciudad y, ese domingo, muchos
de ellos pidieron a sus feligreses que apoyaran el
boicot.
Lo que quedaba por saber era si la población de
color usaría o no los autobuses el lunes. La mañana
de ese día, Rosa se encontraba nerviosa mirando
detenidamente a través de su ventana. Un autobús
vacío pasó por la avenida Cleveland y otros dos,
también vacíos, por la calle Jackson Sur al otro lado
de la ciudad.
Pronto, las calles se llenaron de ciudadanos de
color caminando a las escuelas y a las fábricas o a sus
trabajos en el centro de la ciudad. Estaban felices
de cumplir con su parte. En los vecindarios donde
vivían personas de color, los niños corrían tras los
autobuses vacíos gritando: “¡Hoy no hay pasajeros!”.
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