Otra vez la ayudaron dos valientes conductores.
Uno se llamaba Lyman Goodnow. Él decidió llevar
a Caroline a Canadá él mismo. Decía que iba “a
visitar a la reina”. Era una frase en código para refe-
rirse a Canadá, que estaba gobernada por la reina
Victoria de Inglaterra. Con una funda de almohada
llena de comida y un poco de dinero, salieron en
una carreta jalada por un caballo, con Caroline
escondida bajo una pila de paja y una cobija de
búfalo. Primero viajaron hacia el Sur, a Illinois,
alrededor de Chicago. Luego pasaron por Indiana y
subieron por Míchigan.
Pararon en diferentes estaciones del Tren Clan-
destino. Algunas eran grandes mansiones. Otras
eran pequeñas chozas. Se mojaron. Se perdieron.
Muchas veces pasaron hambre y se sintieron agota-
dos. Todo el tiempo tenían miedo a ser descubier-
tos. Pero siguieron viajando por quinientas millas.
Finalmente llegaron al río Detroit, en Míchi-
gan. Allí también había carteles anunciando la
recompensa por Caroline. Cazadores de esclavos
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