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urgencia mensajeros al castillo. El príncipe
supo pronto que un extranjero bordeaba las
defensas.
Cuando el destino de ojos amarillos llegó
a los batientes, ya estaban aguardándolo del
lado de adentro. Llamó. Una mínima aspille
ra se entreabrió.
—¿Quién llama? —inquirieron.
—Soy un viajero —respondió. Y era ver
dad; venía de lejos y lejos iba.
—¿Y qué queréis?
—Voy de paso por estas tierras.
—¿Y qué más?
—Nada más.
La aspillera se cerró. Los mensajeros par
tieron rumbo al castillo. Está desarmado y
solo quiere paso, le dijeron al príncipe. El
príncipe escuchó sin interés. Es un viajero,
añadieron.
La palabra ocupó un lugar en los pensa
mientos del príncipe. “Un viajero”, se dijo,
“un hombre para quien el mundo es un aba
nico abierto”.
—¿De dónde viene?
—No sabemos, señor.
—¿Adónde va?
—No lo ha dicho, señor.
La idea de aquel hombre que quería atra
vesar sus tierras como un río corta un valle y
que como un río llegaba de lugares no imagi
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