

16
Y pronto los pesados batientes se abrie-
ron con un estrépito de hierros. Y la Te-
mible fue llevada a presencia del rey.
—He venido a buscaros, señor —dijo
sin rodeos.
—No me negaría a una llamada tan
definitiva sin una buena razón —respon-
dió el monarca con igual contundencia—.
Le ruego, sin embargo, que no partamos
todavía. Mañana se celebra un torneo en
los jardines del castillo, y estoy seguro de
que su presencia le dará otro valor a las
justas.
Un instante bastó para que la Muerte
evaluara la petición y estuviera de acuerdo.
Al n de cuentas, un día de más o de me-
nos pesa poco en la eternidad, pero mu-
cho pesarían los que ella iba a llevarse.
Todavía en la oscuridad, el castillo bu-
llía con los preparativos del torneo. Los
caballeros llegaban desde muy lejos. Se le-
vantaban tiendas en los jardines. Ardían
las hogueras en las fraguas de los armeros.
Cuando el sol nació, murmuraron las se-
das, los gallardetes, las hojas de los árbo-
les y un mismo brillo metálico saltó de las
miradas, de las corazas, de las joyas de las
damas. Cuando, poco después, sonaron
las trompetas, los caballos partieron al ga-
lope. Y la sangre floreció sobre el césped.
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