

17
Por la noche, la Susurrada se dirigió nue-
vamente al rey.
—Señor, en mi morada nos esperan.
—En la mía también, señora —respon-
dió el rey, con voz dura—. Mis informan-
tes acaban de revelarme que un grupo de
conspiradores se prepara para levantarse
en armas contra mí.
Y después de haberle dado tiempo para
sopesar sus palabras, añadió en un tono
más bajo, casi seductor:
—Los que se esconden en las sombras
necesitarán de tu ayuda.
“Amplias son las sombras”, pensó la
Muerte, calculando su parte. Y una vez
más, aceptó retrasar la partida.
Al atardecer del día siguiente, un man-
cebo fue apuñalado en un corredor oscu-
ro, un ministro fue pasado a espada junto
a una columna y una dama cayó envene-
nada en lo alto de una escalera. Antes de
que saliese el sol, el verdugo cercenó otras
cabezas que habían osado pensar contra
el rey.
—Señor —dijo la Inaplazable después
de recoger su carga—, he esperado más
tiempo del necesario. Ordene ensillar su
caballo y partamos.
—Ha esperado, es cierto, pero fue bien
recompensada—respondió el rey—. Man
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