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1. La muerte y el rey
T
odavía no caía la noche. Si bien
las nubes eran tan oscuras, que era como
si la noche hubiera descendido. Y en esa
oscuridad pesada, envuelta en un manto,
la Muerte galopaba sobre su caballo negro
en dirección al castillo. Los cascos incan-
descentes incendiaban la hierba. Las pie-
dras se deshacían en centellas.
Delante de la muralla, ni siquiera lla-
mó ni desmontó para golpear el portón.
Su manto ondeaba al viento. El caballo
escarbaba con una pata. Ella esperaba.
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